Al capulicho
“Cuando estaba en tierra veía el vuelo de los pájaros y me obnubilaba. De vez en cuando veía con una mezcla de fascinación y horror cómo estos pájaros más pequeños y otros mamíferos eran devorados por aves de rapiña. Para mí todos los seres voladores eran simplemente aves y eran seres que tenían un don que yo no poseía. Por mucho tiempo deseé tener alas y al no tenerlas me hundí en mis propias fantasías, contando historias de vuelos que nunca había realizado.
Un día tuve mucha hambre. Las fantasías no me alimentaban y hacían que las demás personas de mi nivel terráqueo se alejaran de mí. Les fastidiaba mis historias. Pero yo en ese fastidio solamente leía intolerancia, sin razón y envidia y me quejaba todo el tiempo por eso. Como quedé muy sola se me hacía cada vez más difícil encontrar alimento, hasta que una vez, mirando hacia las copas de los árboles, descubrí algo parecido a unos frutos. Mi hambre me impulsó entonces a subir por el árbol. Al principio tuve muchas dificultades y me frustraba porque los frutos más bajos estaban aún verdes. Debía esforzarme más y superar mis limitaciones para llegar a los frutos maduros. De esta manera, me alimentaba de los frutos verdes para seguir acumulando energías. Puesto que tenía miedo de mirar hacia abajo, me concentré mucho en seguir subiendo. Mi hambre me obligaba a concentrarme en la supervivencia.
Poco a poco fui llegando hasta donde los frutos son más maduros, dulces, deliciosos y fragantes. Para cuando esto había sucedido, me había convertido ya en una diestra escaladora de árboles. Feliz por el descubrimiento y muy nutrida por los buenos frutos de las altas copas, me arriesgué a mirar en todas direcciones… y lo que descubrí fue maravilloso.
En primer lugar ví que de aquel árbol se nutrían toda clase de animales: insectos, pájaros y monos. También ví que aquellas aves a las que tanto admiraba, en realidad volaban mucho más bajito de lo que yo me imaginaba y que las aves a los que yo llamaba de rapiña, se elevaban muchísimo más alto, por lo que comprendí por qué necesitaban aquel tipo de dieta y sentí mucho respeto por el modo de vida que tenían. También pude divisar a las personas del nivel terráqueo y observé como muchas de ellas, creyendo que luchaban en bandos diversos, en verdad servían a personas manipuladoras, que ocupaban niveles apenas más altos que el terrenal. Inclusive había algunos que salían de cuevas muy oscuras y la gente no los veía porque estaban discutiendo o creyendo defender posiciones diferentes.
Entonces me fijé en que también yo había estado antes en la misma situación y que al haber subido a aquel árbol había encontrado una alternativa maravillosa. Comprendí que soy un ser terráqueo y que encerrarse en fantasías acerca del propio ego es molesto. También comprendí que codearse con todo lo que tiene alas, no es sinónimo de admirar a los mejores, ya que desde el árbol contemplé tantos niveles distintos de vuelo. Finalmente amé profundamente a los árboles porque me conectaron con la tierra y con el cielo y porque ahora tenía algo importante, sencillo y maravilloso que mostrarles a las personas. Pero antes, debía tener cautela y hacer notar mi cambio para que las personas no se confundieran otra vez con mis fantasías. Por ello, cada vez que estoy en tierra, procuro no intervenir en aquellas discusiones que me desenfocan de la realidad y que alimentan a los manipuladores. También estoy alerta ante los comentarios, que no son más que un cebo para ubicar a las personas en bandos que son distintos solamente en apariencia. No acepto ofertas de quienes manipulan, aunque la verdad es que estos astutos seres se dan cuenta de mis cambios y no se me acercan más. Y finalmente, y lo más importante, protejo a los árboles, en sí mismos pero también como metáfora de las mediaciones con las personas, con el conocimiento y con mi propia alma. Ya no escalo posiciones, escalo por los árboles, no para conquistar su copa, sino para nutrirme de sus deliciosos frutos, dormir con los monos y bajar para abrazar su tronco tan fresco y agradecerles por existir.
La política de los árboles está basada en discernir y recoger lo más nutritivo y propicio para crecer y ese crecimiento consiste en adaptar y adoptar variadas formas que los vuelven únicos, aumentando en cada año de crecimiento la fortaleza de su identidad; consiste en hacer circular la savia que corre por su ser y ofrecerla de manera creativa a todos los seres que le rodean. Los árboles ofrecen clorofila a los comedores de hojas; flores a los comedores de polen; madera a los picoteadores de resina y frutos para todos y todas. Ofrecen auténticos manjares con toda generosidad. A nadie obligan a servirse de su savia de un modo que no agrade. No he visto a ningún árbol obligando a un insecto a extraer polen de las hojas o a un pájaro carpintero a hacer su casa en las hojas. Por eso son savios (con v de savia) y no como ciertos sabios (con la otra b de… sí, esos que no saben que el árbol que nace doblado sigue dando su faz al cielo) que no titubearían en trocear, exprimir y hasta quemar todo aquello que no se ciña a sus reglas.
Gracias a que ahora soy alumna de los árboles, un ser no humano, soy un mejor ser humano, una gran escaladora y por fin logré ser lo que siempre quise cuando fantaseaba con volar: una verdadera y original observadora )”
Jeanneth Yépez
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